El Poder de la Palabra.
Antes de entrar en la vorágine de las actividades habituales, habiendo aprovechado bastante bien este fin de semana largo, quiero lanzar al ciberespacio parte de una columna, con pequeñísimas adaptaciones, del señor Jorge Peña, la cual leí en el Cuerpo "Artes y Letras" de El Mercurio de ayer. Habla de la palabra como "luz", como herramienta... Yo creo firmemente en eso. Y sí, hay otras formas de expresión también valiosas, y no se trata de menospreciar a quienes no manejan esta herramienta en forma adecuada (lo digo en atención a la última línea de la cita), pero si algún poder quiero tener, y manejar sabiamente, es el poder que la palabra - o el lenguaje - nos otorga.
En sí misma, independientemente de los usos viciosos de las palabras y de sus frecuentes adulteraciones, la palabra es luz. En este sentido, Tomás de Aquino hace una instructiva distinción entre "locutio" e "illuminatio"; hablar con un amigo de las trivialidades del día (que el día es bonito o que voy a dar un paseo) constituye lenguaje, pero se trata de locutio, "mero lenguaje", y no se realiza en él todo lo que el lenguaje puede y debe. En cambio, si yo participo a otro de una idea que se me ha hecho evidente, que irradia desde dentro e ilumina la realidad, que me permite verla de modo distinto y nuevo, acontece algo más que mero lenguaje, se da al mismo tiempo illuminatio, dilucidación del mundo y del espíritu.
Sólo la persona que dispone de un grado avanzado de posesión de la propia lengua puede alcanzar la plenitud como persona, porque puede conocerse y darse a conocer. Es lo que acertadamente afirma Pedro Salinas: En realidad, el hombre que no conoce su lengua vive pobremente, vive a medias, aun menos. ¿No nos causa pena, a veces, oír hablar a alguien que pugna, en vano, por dar con las palabras, que al querer explicarse, es decir, expresarse, vivirse, ante nosotros, avanza a trompicones, dándose golpazos, de impropiedad en impropiedad, y sólo entrega al final una deforme semejanza de lo que hubiese querido decirnos? Esa persona sufre como de una rebaja de su dignidad humana
En sí misma, independientemente de los usos viciosos de las palabras y de sus frecuentes adulteraciones, la palabra es luz. En este sentido, Tomás de Aquino hace una instructiva distinción entre "locutio" e "illuminatio"; hablar con un amigo de las trivialidades del día (que el día es bonito o que voy a dar un paseo) constituye lenguaje, pero se trata de locutio, "mero lenguaje", y no se realiza en él todo lo que el lenguaje puede y debe. En cambio, si yo participo a otro de una idea que se me ha hecho evidente, que irradia desde dentro e ilumina la realidad, que me permite verla de modo distinto y nuevo, acontece algo más que mero lenguaje, se da al mismo tiempo illuminatio, dilucidación del mundo y del espíritu.
Sólo la persona que dispone de un grado avanzado de posesión de la propia lengua puede alcanzar la plenitud como persona, porque puede conocerse y darse a conocer. Es lo que acertadamente afirma Pedro Salinas: En realidad, el hombre que no conoce su lengua vive pobremente, vive a medias, aun menos. ¿No nos causa pena, a veces, oír hablar a alguien que pugna, en vano, por dar con las palabras, que al querer explicarse, es decir, expresarse, vivirse, ante nosotros, avanza a trompicones, dándose golpazos, de impropiedad en impropiedad, y sólo entrega al final una deforme semejanza de lo que hubiese querido decirnos? Esa persona sufre como de una rebaja de su dignidad humana
5 comentarios
alone -
Un besito y feliz fin de semana.
mapkov [El Profe] -
konus -
Besotes chica!
GuiLLe -
Gracias por visitarme (Vuelve pronto)
Eso por ahora...
nadine -